22 de junio de 2009

Yo elijo montaña...



¡Cuántos quebraderos de cabeza les supone algunos tomar la decisión entre ir al mar o al campo!


En mi caso, siempre pocas dudas. Entre una cosa u otra siempre elijo montaña. El mar no está mal, tiene sus atractivos: su inmensidad, la biodiversidad que alberga, la posibilidad de sumergirte en él y que llegue a todos los rincones de tu ser. Cosas siempre interesantes y emocionantes, pero le falta algo.

La montaña, para mí, es distinta. Una bocanada del aire de la montaña me llena lo mismo que el más intenso de los chapuzones en el mar. El viento que recorre sus valles o la nube de vapor de agua que se forma en las cascadas refresca en la misma medida que la brisa marina que tanto nos alivia en la playa. La fauna y flora que alberga y sus adaptaciones a condiciones extremas me sorprende tanto como el más extraño de los seres que se ocultan bajo la arena de la orilla.



Y hasta aquí siguen empatados el mar y la montaña. Pero la segunda, sigue teniendo algo especial que le falta a la primera. La soledad, el sentirte insignificante ante las masas de roca milenarias que te rodean, la posibilidad de sentarte en una piedra para ver como un río recorre su cauce mientras piensas en tus cosas... En definitiva, el encuentro radical con nuestra "parte natural". En la montaña me resulta más fácil recordar los orígenes del hombre, de dónde venimos y quiénes somos. El esforzarme por cruzar de un valle a otro, cansarme y tener que pararme un momento para recobrar el aliento me recuerdan que las cosas no siempre fueron tan fáciles.


Me hacen ver que hubo un tiempo en el que los seres humanos debían hacer algo más que pisar el acelerador para desplazarse o que no siempre hubo un puente para cruzar el río. Vivían más unidos a la naturaleza. Comprendían su fuerza, y por ello la respetaban, la admiraban y la temían al mismo tiempo. Ahora las cosas son distintas. Tenemos una actitud un tanto arrogante hacia la naturaleza. En ocasiones la admiramos, pero creo que muchas veces dejamos de temerla y respetarla. Como decía antes, cuando voy a la montaña, me siento insignificante. Veo que, por muy Ser Humano que sea, debo esforzarme lo mismo que una marmota para recorrer una pradera. Que por mucho que a mí me gustase ir más rápido, debo emplear horas en hacer una cumbre de la que sólo me separan mil metros de desnivel. Que por muy Ser Humano que me crea, no dejo de ser un simple ser humano. Que por mucho que nos cueste aceptarlo, allí, sigue siendo la montaña, la naturaleza, la que manda y que nosotros sólo estamos allí para admirarla, pero también para respetarla y, por qué no, volver a nuestras casas con un cierto temor hacia ella, hacia lo que podemos perder y lo que nos puede pasar por perderlo.
Por todo esto, yo elijo montaña.


Después de cuatro días perdido por el Pirineo he vuelto a casa, a Valencia. Con ánimos renovados para afrontar los últimos exámenes. Habiendo disfrutado muchísimo de mi estancia en esas tierras y, sintiéndome un poco más pequeño, pero no por ello peor.


Prepararé una (o dos) entradas para contar lo que he visto por allí y poner algunas fotos. Creo que no ha estado nada mal, he visto cerca de sesenta especies distintas de aves, de las cuales cuatro han sido nuevas para mí, y tres de mamíferos, ninguna nueva pero con las que he disfrutado mucho.

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