El sábado iniciamos nuestro ascenso al Pico de Bernatuara sobre las ocho y media de la mañana. La mañana era fresca y el viento seguía soplando con fuerza. Nos separaban más de mil metros de desnivel de nuestro destino, así que, todos sabíamos que iba a ser un día duro.
La ruta se iniciaba ascendiendo fuertemente por un bosque dominado por los bojs (Buxus sempervirens), que dan nombre al valle. En un principio la ruta coincide con la que asciende hasta el Puerto de Bujaruelo.
Entre los árboles, cuando el sonido de mi respiración me lo permitía, oía a los pinzones vulgares (Fringilla coelebs), verdecillos (Serinus serinus), mirlos (Turdus merula) y alguna especie más que no logré identificar. Escuchar a estas aves y tratar de identificarlas siempre le ayuda a uno a olvidar la fuerte pendiente por la que está ascendiendo.
En un pequeño alto en el camino para quitarnos algunas prendas de ropa que ahora nos sobraban, escuché un canto que me resultó familiar. No en vano había estado escuchándolo en casa para recordarlo cuando llegara el momento. Se trata de camachuelos comunes (Pyrrhula pyrrhula). No tarda en pasar un macho precioso frente a mí seguido rápidamente por una hembra. La primera especie de mi lista personal de objetivos ya había caído. En esos segundos de calma pasarona demás muchos otros pájaros. Un grupo alborotado de verderones serranos (S. citrinella), un zorzal charlo (T. viscivorus) y algunos pinzones más.
Mientras ascendíamos no paraban de oírse los chillidos de las marmotas (Marmotta marmotta) que alertaban de nuestra presencia a todo el valle. Por desgracia no conseguí localizarlas en ese momento. A nuestro paso se levantaban bisbitas alpinos (Anthus spinoletta) que con sus vuelos y reclamos intentaban alejarnos de sus nidos.
Algo más arriba hicimos un descanso para el almuerzo. A parte de recuperar fuerzas sirvió para poder prestar más atención a lo que nos rodeaba. No tardé en localizar a las chovas piquigualdas (Pyrrhocorax garrulus) y piquirrojas (P. pyrrhocorax) que se lanzaban desde los cortados más altos en dirección a la Plana de Sandaluelo (ahora ya por debajo de nosotros) en busca de su almuerzo. Entre ellas no era difícil localizar algún cuervo (Corvus corax), que no sé si era cosa del cansancio o de qué pero me parecieron mucho más grandes de lo normal.
Por último localicé un par de aves que dispararon los gritos de alarma de las marmotas. El primero de ellos me sorprendió bastante pues no esperaba encontrar uno en un lugar así, se trataba de un ratonero común (Buteo buteo), los segundos (pues iban en pareja) dos águilas reales (Aquila chrysaetos) que se ocultaron rápidamente tras la montaña.
Mientras comíamos me sorprendió ver que el ibón estaba lleno de unos pequeños pececillos y me pregunté cuándo y cómo habrían llegado hasta allí, un lugar tan perdido y sin ninguna conexión aparente con ríos o torrentes por los que podrían haber accedido a él.
Nos sobrevolaban constantemente buitres leonados (Gyps fulvus) por lo que no paraba de sobresaltarme pensando que ya tenía ahí al quebrantahuesos (Gypaetus barbatus). Los acompañó un par de veces un cernícalo vulgar (Falco tinnunculus).
También fue durante el rato de la comida cuando pudimos ver las primeras marmotas del viaje. Primero en la orilla opuesta del lago y luego sólo unos metros ladera arriba, sobre nuestras cabezas.
Estuvieron también presentes durante la comida algunos pajarillos típicos de la alta montaña. Seguía habiendo bisbitas alpinos por aquí y por allá, pero en la cazoleta que forma el ibón las reinas eran las collabas grises (Oenanthe oenanthe). De las que pude ver tanto jóvenes como adultos así como machos y hembras.
Por último cabe destacar la aparición de una hembra de roquero rojo (Monticola saxatilis). Lástima que no se tratara de un macho, pues son preciosos. Pero se agradece la observación pues tampoco es una especie que haya visto muchas veces.
Después de haber descansado un tiempo y reposado la comida afrontamos los últimos metros que nos separaban de la cima un poco a la brava, ya que no conseguimos dar con el sendero que nos llevaba a la misma.
El ascenso era costoso, pero aún así no nos llevó mucho tiempo llegar hasta la cima a 2517 metros sobre el nivel del mar. Habíamos cumplido con éxito nuestro objetivo. Las vistas desde la cima eran espectaculares.
Por un lado veíamos los valles de Otal y Ordiso, que desembocan en el valle de Bujaruelo. Por el otro veíamos la vertiente francesa del pirineo, pues no hay que olvidar que el collado que bordea el lado norte del ibón de Bernatuara coincide con la frontera. Frente a nosotros se alzaba imponente el pico Gaviet (ojo no confundirlo con el Gavieto, parece que falta originalidad a la hora de nombrar los picos).
Allí, todavía más altos que nosotros, ajenos a lo que nos supone a las personas conseguir llegar a estas alturas, volaban alegres unos vencejos reales (Apus melba).
Después de las fotos de rigor en la cima y de disfrutar de las magníficas vistas que ofrecía iniciamos el descenso, esta vez por el sendero. Resultó interesante esta bajada pues nos llevó al lado francés. Fue curioso cambiar de país a pie, aunque también mostró lo absurdas que son estas separaciones, yo no noté ningún cambio entre pisar el pirineo francés y el aragonés.
Mientras disfrutaba de la vista de esta nueva vertiente un pájaro voló algo por debajo de mí. Se trataba de un bonito acentor alpino (Prunella collaris), que hasta ahora todavía no había visto. Me resultó curioso no haberlo visto hasta entonces, pues, durante el tiempo que estuve en Picos de Europa vi que allí era un ave mucho más común a estas alturas que, por ejemplo los bisbitas alpinos.
Esta vez pasamos algo más deprisa junto al ibón, remontamos el collado sur e iniciamos el descenso hacia San Nicolás. Al poco de haber iniciado nuestro caminar vimos algo que nos obligó a detenernos. En la ladera que había frente a nosotros un zorro (Vulpes vulpes) atacaba a un grupo de marmotas.
Todo ocurrió muy rápido, y antes de poder echarnos los prismáticos a los ojos el zorro subía la ladera llevando algo muy pesado en sus fauces. Se detuvo algo más arriba a comerse tranquilamente su botín. Unos metros abajo, la que suponemos madre de la desafortunada marmota (pues parecía una cría), no paraba de llamarla desesperadamente.
Era una escena dura, pero habitual en la naturaleza. El zorro se aseguraba su supervivencia unos días más mientras una desafortunada madre había perdido parte de su descendencia. Estuvimos observando un rato más, hasta que el zorro dejó de comer y se tumbó a reposar la comida. La marmota todavía no dejaba de chillar, esperando que su cría volviera junto a ella. Y no dejó de hacerlo en todo el tiempo que estuvimos bajando.
Recorrimos de nuevo la Plana de Sandaluelo. Esta vez algo más rápido, descendiendo a paso vivo, haciéndose por tanto mucho más agradable de ver y disfrutándola más. Esta calma que da la bajada nos permitió localizar alguna marmota más, de esas que no conseguimos ver durante la subida.
Además de un par de especies más de aves: una pareja de gorriones alpinos (Montifringilla nivalis) y un escribano montesino (Emberiza cia).
Una vez más llegamos hasta el bosque en el que habíamos iniciado nuestra excursión. Como si nada hubiera cambiado seguían cantando los pinzones y demás aves que había escuchado a la subida. Pero un canto me hizo detenerme. Lo reconocí al instante: agateador norteño (Certhia familiaris). Intenté localizarlo entre la espesura, pero me resultó imposible. De pronto dejó de cantar y lo di por perdido. Me dejó con un sabor amargo este acontecimiento, objetivo cumplido a medias.
Continué bajando hasta que llegué junto a la colonia de aviones roqueros (Ptyonoprogne rupestris) que había cerca del refugio. Me entretuve un rato observando sus idas y venidas a los nidos y anduve los últimos metros que me quedaban hasta la merecida ducha y posterior cena.
Justo cuando nos sentábamos en la mesa vi las dos últimas aves del día a través de la ventana. La pareja de águilas reales cicleaba ahora sobre el valle de Bujaruelo, despidiendo así un día estupendo. Un lujo poder hacer observaciones así justo antes de cenar y bien resguardado del viento que nos acompañó todo el día.
Durante la cena decidimos la ruta del día siguiente: Senda de los Cazadores, Faja de Pelay, Cola de Caballo y vuelta por las Gradas de Soaso y Bosque de las Hayas. Es decir, un recorrido completo (y clásico) por el precioso Valle de Ordesa.
2 comentarios:
Vaya , cuanto me alegro de que cumplieras lo que tenías pendiente, como esos Camachuelos, el Quebrantahuesos y demás.
Una crónica muy detallada, la próxima vez te tendré que pedir yo a ti la información.
Un Abrazo, David.
Muy bueno lo del zorro, la verdad. Que oportuno!!!
Me alegro de que disfrutaras de estas tierras ;)
Un saludico
Publicar un comentario